EL PODER DE SHANGÓ

Shangó creció alimentando el rencor que Obatalá, su padre, le inculcaba hacia Ogún, el hermano mayor que había tenido relaciones incestuosas con Yemú.

En una oportunidad Shangó pasó montado en su brioso corcel frente a casa de Ogún y Oyá, la esposa de éste, se enamoró de él. Pensando que nunca tendría mejor ocasión de vengarse, Shangó raptó a la mujer y la llevó a vivir a casa de su hermana.

Ogún le declaró la guerra de inmediato y luego de un feroz y encarnizado combate lo derrotó.

Oyá no estuvo nada conforme con la derrota de su nuevo amante. Una mañana, Shangó se estaba preparando para salir a la calle, fue hasta donde tenía un pequeño güiro que le había regalado su padrino Osain, se mojó los dedos y luego se hizo una cruz en la lengua. Oyá lo observaba a escondidas.

Cuando el guerrero abandonó el ilé, la mujer corrió a donde estaba el güiro e hizo la misma operación. En eso entró Dadá, la hermana de Shangó y le preguntó algo. Cuando Oyá fue a responder le salieron llamas de la boca. La hermana del orisha se entusiasmó y le pidió a Oyá que le dijera el secreto.

De repente oyeron los pasos de Shangó que regresaba porque, al parecer, se le había olvidado algo, y ambas corrieron a esconderse en una palma.

Shangó se dio cuenta que le habían tocado su güiro misterioso y salió a buscarlas. Al fin dio con ellas y comenzó a recriminarlas.

Oyá le contestó:

–No sé cómo, si tienes tanto poder, no te decides a combatir con Ogún.

Shangó y Oyá emprendieron una nueva batalla contra el dios de las forjas y los metales, en la cual éste saldría derrotado, pues contra el rayo de Shangó y la centella de Oyá le fue imposible vencer esta vez.

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