OLOKUN

Orishaoko paseaba una tarde por la orilla del mar donde vio asomar el rostro de una hermosa joven, temiendo aún que fuera un espejismo le preguntó su nombre y quién era su padre.

–Me llamo Olokun y soy hija de Obatalá –contestó desde el agua.

No pudo el labrador dormir esa noche pensando en la linda doncella y al amanecer salió presuroso a pedirla en matrimonio. Obatalá lo escuchó y con gran paciencia le dijo: “Es cierto que mi hija tiene un rostro muy hermoso, pero también tiene un defecto, solo te la daré en matrimonio si te comprometes a no echárselo nunca en cara.” Orishaoko aceptó gustoso la condición y el día de la boda, cuando llegaron a la casa conoció que su esposa tenía el cuerpo contrahecho, pero ya no había forma de volver atrás.

El tiempo pasó y mientras el labrador cultivaba sus tierras, la mujer vendía la cosecha en el mercado. Un día Olokun regresó sin haber podido vender la mercancía y Orishaoko cegado por la ira discutió sin cesar hasta que olvidando la promesa le sacó en cara su defecto.

Marchó Olokun a su casa en el mar y fue tanto su enojo que las aguas comenzaron a inundar la tierra, pasaban los días y el disgusto de Olokun era cada vez mayor, las gentes no tenían donde refugiarse y Orishaoko sintiendo una gran vergüenza se dirigió al palacio de Obatalá a implorar misericordia.

Varios mensajes mandó el padre a la encolerizada hija, pero el despecho de esta era tal que olvidó hasta la obediencia. Entonces Babá al ver que sus órdenes no eran cumplidas envió a Yemayá Okute a casa de Ogún en busca de la cadena más fuerte que jamás se hubiera visto y cuando la tuvo en su poder encargó a Yemayá Ashabá que encadenara a su hermana al fondo del mar. Desde entonces Olokun vive atada en las profundidades del océano donde ni la vista del hombre puede llegar, pero cuando recuerda el ultraje recibido, es tanta su ira, que las tierras vuelven a ser inundadas por el mar.

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