LA MUJER DE OLOKUN
Olokun tenía una esposa que se llamaba Ajé, la que constantemente estaba peleando. Un día, la insufrible mujer tuvo un disgusto muy grande con su marido y abandonó el hogar con su único hijo.
Yemayá, que también había tenido una discusión con su marido, se encontró con Olokun el que la invitó a su casa. Desde que llegó, las cosas empezaron a funcionar de lo mejor, lo que era pequeño se hizo grande y donde ella ponía un pie surgía un río.
Mientras tanto, Ajé esperaba impaciente que Olokun la fuera a buscar. Como esperó y esperó sin resultado alguno, se le ocurrió enviar a su hijo con el pretexto de recoger algunas cosas que había olvidado.
Al regresar, el niño le contó todo: los ríos que había visto y la prosperidad tan grande que había en casa de su padre.
Con presteza, la mujer fue a casa de Olokun para reclamar su lugar. Pero fue inútil. Ya Yemayá se había apoderado del corazón del orisha y a la mujer no le quedó más remedio que aceptar la posición predominante de la diosa de los mares y conformarse con un lugar secundario en la que antaño fuera su ilé.
Yemayá, que también había tenido una discusión con su marido, se encontró con Olokun el que la invitó a su casa. Desde que llegó, las cosas empezaron a funcionar de lo mejor, lo que era pequeño se hizo grande y donde ella ponía un pie surgía un río.
Mientras tanto, Ajé esperaba impaciente que Olokun la fuera a buscar. Como esperó y esperó sin resultado alguno, se le ocurrió enviar a su hijo con el pretexto de recoger algunas cosas que había olvidado.
Al regresar, el niño le contó todo: los ríos que había visto y la prosperidad tan grande que había en casa de su padre.
Con presteza, la mujer fue a casa de Olokun para reclamar su lugar. Pero fue inútil. Ya Yemayá se había apoderado del corazón del orisha y a la mujer no le quedó más remedio que aceptar la posición predominante de la diosa de los mares y conformarse con un lugar secundario en la que antaño fuera su ilé.
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