Olofin mandó a buscar a los Orishas para la ceremonia de apertura del año y todos asistieron elegantemente vestidos. Orula, que llegó último, fue en ropa de trabajo y con cuatro ñames en la mano, lo que ocasionó burlas y comentarios. La letra que salió decÃa que iba a faltar la comida, pero como estaban en holganza económica se olvidaron de la advertencia y comenzaron a gastar sin preocupación. Al final, tuvieron que pedirle comida a Orula, que fue el único previsor, ya que sembró los ñames y tuvo comida todo el año.
Orula apostó con Olofin a que el maÃz tostado parÃa. Olofin estaba seguro de que ello era imposible, por lo que aceptó la apuesta en el convencimiento de que la ganarÃa. Pero Orula llamó a Eleguá y a Shangó y se puso de acuerdo con ellos para ganarle la apuesta a Olofin.
El dÃa acordado, Orula acudió con un saco de maÃz tostado y lo sembró en el terreno escogido por Olofin. Después, ambos se fueron para el palacio de Olofin a esperar el tiempo necesario. Esa noche Shangó hizo tronar en el cielo y ayudado por la luz de los relámpagos, Eleguá cambió todos los granos por otros en perfecto estado.
Pasaron los dÃas y una mañana Olofin le dijo a Orula que irÃan a ver si su dichoso maÃz tostado habÃa parido o no. Como ya los granos que Eleguá habÃa puesto comenzaban a germinar, Olofin se quedó muy sorprendido y tuvo que pagarle lo apostado a Orula, el que luego, en secreto, lo compartió con Shangó y Eleguá.
El rey mandó buscar a Orula, el babalawo más famoso de su comarca, pero el olúo se negó a ir. Asà sucedió varias veces, hasta que un dÃa Oshún se ofreció para ir a buscar al adivino.
Se apareció de visita en la casa del babalawo, y como de conversación en conversación se le hizo tarde, le pidió que la dejara dormir en su cama aquella noche.
Por la mañana, se despertó muy temprano y puso el ékuele y el iyefá en su pañuelo.
Cuando el babalawo se despertó y tomó el desayuno que le habÃa preparado Oshún, ella le anunció que ya se tenÃa que marchar. Pero el hombre se habÃa prendado de la hermosa mulata y consintió en acompañarla un trecho del camino.
Caminando y conversando con la seductora mujer, ambos llegaron a un rÃo. Allà el babalawo le dijo que no podÃa continuar, pues cruzar debÃa consultar con el ékuele para saber si debÃa hacerlo o no. Entonces Qshún le enseñó lo que habÃa traÃdo en el pañuelo y el adivino, ya completamente convencido de que debÃa seguir a la diosa, pudo cruzar el rÃo y llegar hasta el palacio del rey que lo esperaba impacientemente.
El rey, que desde hacÃa mucho estaba preocupado por las actividades de sus enemigos polÃticos, querÃa preguntar si habrÃa guerra o no en su paÃs, y en caso de haberla, quién serÃa el vencedor y cómo podrÃa identificar a los que le eran leales.
El adivino tiró el ékuele y le dijo al rey que debÃa ofrendar dos eyelé y oú. Luego de limpiarlo con las palomas, fue a la torre más alta del palacio y regó el algodón en pequeños pedazos; finalmente le dijo que no tendrÃa problemas, porque saldrÃa victorioso de la guerra civil que se avecinaba, pero que debÃa fijarse en todos sus súbditos, pues aquellos que tenÃan algodón en la cabeza le eran fieles.
De esta manera Obegueño, que asà se llamaba el rey, gobernó en aquel paÃs hasta el dÃa de su muerte.
El pueblo hablaba mal de Orula y le deseaba la muerte, pero Orula, que es adivino, se habÃa visto la suerte en el tablero con sus dieciséis nueces y habÃa decidido que tenÃa que hacer una ceremonia de rogación con un ñame, y luego, con los pelos de la vianda, untarse la cara. Fue por eso que cuando Ikú vino por primera vez preguntando por Orula, él mismo le dijo que allà no vivÃa ningún Orula y la Muerte se fue.
Ikú estuvo averiguando por los alrededores y se dio cuenta de que Orula lo habÃa engañado, por lo que regresó con cualquier pretexto, para observarlo de cerca, hasta tener la certeza de que se trataba del sujeto que estaba buscando para llevarse.
Orula, cuando la vio regresar, ni corto ni perezoso, la invitó a comer y le sirvió una gran cena con abundante bebida.
Tanto comió y bebió Ikú, que cuando hubo concluido se quedó dormida. Fue la oportunidad que aprovechó Orula para robarle la mandarria con que Ikú mataba a la gente.
Al despertar, Ikú notó que le faltaba la mandarria. Al pensar que sin este instrumento ella no era nadie, le imploró a Qrula que se la devolviera.
Después de mucho llorar, Qrula le dijo que se la devolverÃa si prometÃa que no matarÃa a ninguno de sus hijos, a menos que él lo autorizara. Desde entonces la Muerte se cuida mucho de llevarse al que tiene puesto un idé de Orula.
Cuentan que en una oportunidad Orula sólo tenÃa unos centavos en el bolsillo y no le alcanzaba ni para darle de comer a sus hijos. Compró unos ekó que repartió entre los muchachos y salió de la casa comiéndose uno y caminando lentamente, tan lento como su tristeza.
Ya cerca del árbol que habÃa escogido para suicidarse, el sabio tiró al piso las hojas que envolvÃan el dulce que se habÃa comido. Colgó una soga de las ramas del árbol y entonces oyó que un pájaro le decÃa:
–Orula, mira qué sucedió con las hojas que envolvÃan el ekó. El hombre volvió el rostro y pudo ver que otro babalawo se estaba comiendo los restos del dulce que permanecÃan adheridos a la envoltura que él botara al piso.
–Y sin embargo –agregó el pájaro–, no ha pensado quitarse la vida.