ORULA
Cuando Orula nació, Obatalá, que estaba furioso por el incesto de su esposa Yemú con Ogún, su hijo, se llevó al niño y lo enterró lejos de la casa debajo de una ceiba.
–El siguiente hijo de aquel matrimonio fue Shangó; era un niño tan hermoso que Obatalá no pudo hacerle daño y se lo entregó a Dadá, la mayor de sus hijas para que lo cuidara.
Dadá llevaba a Shangó todos los días a ver a su padre. Como era muy despierto le llamó la atención que su madre estuviera siempre llorando. Le preguntó al padre, quien, un poco hoy y otro mañana, se lo contó todo y sembró en él un odio fiero hacia Ogún.
Obatalá se ponía cada vez más viejo por lo que se le olvidaban las cosas. Un día, cuando Shangó era ya hombre, Eleguá le pidió que le hablara al padre sobre Orula. Cuando conversaron sobre el asunto, Obatalá se sintió muy apesadumbrado por lo que había hecho con el pequeño Orula, pero Eleguá le afirmó que había visto en un lugar un
hombre enterrado hasta los brazos debajo de una ceiba y que él le había llevado comida.
Obatalá fue en busca de su hijo y le imploró perdón. Luego le pidió que volviera a la casa, pero Orula se negó y alegó que la naturaleza le había proporcionado todo lo que él necesitaba para profetizar. El padre, en desagravio, tomó madera del árbol y le construyó un tablero: –Desde hoy –le dijo– todos los hombres tendrán que consultar contigo.
–El siguiente hijo de aquel matrimonio fue Shangó; era un niño tan hermoso que Obatalá no pudo hacerle daño y se lo entregó a Dadá, la mayor de sus hijas para que lo cuidara.
Dadá llevaba a Shangó todos los días a ver a su padre. Como era muy despierto le llamó la atención que su madre estuviera siempre llorando. Le preguntó al padre, quien, un poco hoy y otro mañana, se lo contó todo y sembró en él un odio fiero hacia Ogún.
Obatalá se ponía cada vez más viejo por lo que se le olvidaban las cosas. Un día, cuando Shangó era ya hombre, Eleguá le pidió que le hablara al padre sobre Orula. Cuando conversaron sobre el asunto, Obatalá se sintió muy apesadumbrado por lo que había hecho con el pequeño Orula, pero Eleguá le afirmó que había visto en un lugar un
hombre enterrado hasta los brazos debajo de una ceiba y que él le había llevado comida.
Obatalá fue en busca de su hijo y le imploró perdón. Luego le pidió que volviera a la casa, pero Orula se negó y alegó que la naturaleza le había proporcionado todo lo que él necesitaba para profetizar. El padre, en desagravio, tomó madera del árbol y le construyó un tablero: –Desde hoy –le dijo– todos los hombres tendrán que consultar contigo.
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